¡Que viene el lobo, que viene el lobo! Pues ya está aquí.
La batalla está en la calle, en la asfixia al fascismo a través de la movilización, la persecución en los tribunales cada vez que su desprecio a las leyes les juegue una mala pasada, en afear comportamientos de odio en los círculos próximos y en la intervención como sociedad cuando estos comportamientos se den en la vía pública.
La hora del puebloLos más de cincuenta diputados de VOX en el parlamento son una vergüenza histórica para un país que sigue sin enterrar con propiedad a sus muertos. Es una derrota inapelable escuchar a una panda de vándalos corear el “¡A por ellos!” frente a la sede del partido, siendo ese “ellos” todo el que queda fuera de sus coordenadas vitales, haciendo hincapié en razones de raza, género, sexualidad e ideas políticas. Duele como un latigazo en los pulmones escuchar el “Cara al sol” a última hora de la noche, en voces borrachas que recuerdan a esa foto de Franco y Millán Astray con las bocas abiertas, hermanados en esa violencia desértica de la que tanto presumían, en esa suciedad babosa del militar de campo acostumbrado a cobrarse un botín cuando gana.
Pone en alerta ser consciente de que muchos de tus vecinos, te señalarían llegado el momento de las delaciones o, en el mejor de los casos, quedarían mano sobre mano viéndote desaparecer en un furgón. No es que acabemos de descubrir el odio, algunas lo llevamos marcado en nuestro tejido cicatricial, es el odio el que acaba de ser legitimado por las instituciones y el pueblo para lucir uniforme, airear sus planes y ocupar un espacio público considerable.