Economía afectiva de los objetos indeterminados y estética de la baratija
De todos los objetos que poseemos, hay algunos que ocupan un lugar destacado en el reino de lo inútil. Entre esos enseres que nos acompañan en las mudanzas hay algunos que no tienen un uso específico y que conservamos, sin embargo, por alguna atracción táctil que nos invita a tocarlos de vez en cuando.
Economía afectiva de los objetos indeterminados y estética de la baratija - Viento Sur
De todos los objetos que poseemos, hay algunos que ocupan un lugar destacado en el reino de lo inútil. Entre esos enseres que nos acompañan en las mudanzas hay algunos que no tienen un uso específico y que conservamos, sin embargo, por alguna atracción táctil que nos invita a tocarlos de vez en cuando. Sobreviven a los intentos siempre incompletos de zafarnos de lo superfluo, porque estas pequeñas cosas tienen la facultad de situarse en algún lugar ventajoso en el orden de nuestras preferencias, como si en su forma hubiera algún asidero para la memoria, o como si las necesitáramos afectivamente. La dimensión táctil y la contemplativa están arraigadas e interconectadas en ellas y remiten a una pérdida de su función o a su completo alejamiento de la aplicación cotidiana. Se trata de objetos que ni siquiera tienen una utilidad propiamente decorativa, son pobladores de los escritorios y de las estanterías, esperan en lugares que les hemos asignado para que no estorben demasiado, pero también para mantenerlos al alcance de la mano con relativa facilidad: piezas desprendidas de algún artefacto al que ya no sirven, pisapapeles cuya verdadera utilidad siempre fue dudosa, suvenires desfasados, juguetes antiguos, navajas rescatadas del pasado de algún familiar, muñecos de la industria de la animación, piedras con formas curiosas, figurillas de animales, conocidos personajes de peluche, artículos kitsch...